Godmersham Park by Gill Hornby

Godmersham Park by Gill Hornby

autor:Gill Hornby [Hornby, Gill]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Historical
editor: Libros de Seda
publicado: 2023-10-08T22:00:00+00:00


El martes después de Pascua, Anne fue a la iglesia con su señora. No eran oficios obligatorios y apenas si había gente, pero Elizabeth era una mujer pía que en los últimos tiempos se sentía particularmente pía. También ella estaba falta de consuelo espiritual. Además, necesitaba distraerse, así que le entusiasmó la posibilidad de ver a su buen amigo, el señor Whitfield.

—A todos nos ha apenado mucho su ausencia, señorita Sharp. —El rector y ella volvían a la rectoría dando un paseo, pues Elizabeth había tomado el coche—. Nos ha hecho entender lo mucho que disfrutamos de sus visitas. Mi esposa aprecia su compañía. —Abrió la puerta del camposanto y la invitó a pasar—. Y yo, los pasteles. La cocinera se esfuerza más cuando sabe que usted va a venir. Es un pensamiento sombrío y no debería confesarlo, pero, cuando prepara pasteles para mí —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—, sospecho que escatima en azúcar.

—¡Ay, señor Whitfield! —Anne sonrió. El sol de la mañana iluminaba la calle, la brisa danzaba entre los narcisos y, como siempre, la compañía del rector era como un bálsamo para su alma que, de nuevo, estaba irritada y convulsa. El hombre tenía una filosofía espléndida: veía a Dios en los pequeños placeres, en el vino brisado de calidad o en un bizcocho que se tomaba junto a la chimenea. La indulgencia que les atribuía era un mecanismo con el que venerar al Todopoderoso, y lo veneraba con extrema devoción—. ¡Cuánto ha sufrido usted! Dígale que yo tenía aspecto demacrado y que he de volver mañana.

En vez de aprovechar para elogiar su apariencia, se limitó a decir:

—Nuestra pérdida fue una victoria para Londres… —Y la miró por los costados, lo que parecía implicar que, desde luego, la había visto en días mejores y quería animarla para que se desahogara con él. ¡Ojalá pudiera compartir su miseria con alguien y librarse de aquella carga! Pero no podía. Si era lo que se temía (¿y cómo no iba a serlo? ¿No había visto la prueba con sus propios ojos?), su propio nacimiento era una gran vergüenza. Nadie debía enterarse. Tenía que cargar con ello en soledad.

—¿Y qué tal el regreso? —preguntó el señor Whitfield—. A estas alturas, debe de sentirse ya en casa, espero. Lleva aquí más de un año.

Anne lo sopesó unos instantes.

—Supongo que así debe ser. Es, por supuesto, todo un placer volver con mi querida alumna, aquí, a este condado, y en la mejor de las estaciones. Puede que haya cambiado en cierto modo. A decir verdad, ya no siento que Londres sea mi hogar. —De hecho, ya no le importada nada no volver a ver la ciudad en su vida.

—¿Y qué hay del resto de los habitantes de la casa? Sería un consuelo oír que, por lo menos, se lleva bien con alguien del piso de abajo y que ya no ha vuelto a tener los mismos problemas.

La sirena que le había dado Fanny, inevitablemente, se había desvanecido como por arte de magia durante su ausencia, pero no valía la pena mencionarlo.



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